jueves, 20 de diciembre de 2012

Historia de escuela de postguerra


Yo titularía esta historia así: Como cambiar de nombre y apellidos sin pasar por el
Juzgado.
Una buena tarde de otoño, recuerdo en aquellos días que cuando las aulas se componía de
unos 40/50 alumnos nos encontramos en clase juntos dos cursos. Los pupitres de entonces
eran dobles con lo cual nos sentábamos dos alumnos en cada uno.
Lo cierto es que no puedo recordar de que asignatura se trataba, lo que si recuerdo es
que yo pertenecía a un 4º curso de entonces y mi compañero de pupitre también lo era,
aunque compartíamos clase con los de 5º curso.
El profesor llevaba como 15/20 minutos explicando sobre la asignatura correspondiente y
yo llevaba como los últimos 5 sin enterarme de lo que quería decirnos.
Por aquellos entonces según iba explicando el profesor hacía preguntas al azar a los
alumnos. Que mala suerte porque estaba bastante alejado de él y alguien ó yo mismo
comenté algo con el compañero de pupitre y me tocó a mi la pregunta.
Al estar como digo dos cursos juntos, el profesor no sabía mi nombre y digo mirando hacia
donde me encontraba: Usted: explíqueme sobre el ultimo apartado.
Realmente no sabía si era a mi , a mi compañero, o incluso a algún otro alumno próximo a
nuestro pupitre. Yo pregunté por que nadie se ponía en pié que si era a mí.
El bastante enfadado me dijo que sí.
Entre que como digo los últimos 5 minutos no estaba entendiendo nada y no sabía que
decirle, pensé que lo mejor era responderle sobre algo de lo que si había comprendido
durante los primeros minutos.
Resultado: Está usted sordo.
No hubiese dejado de ser un pequeño incidente si no hubiese sido porque a partir de aquel
día, cuando se dirigía a mí  yo no tenía ni nombres ni apellidos yo era el Sordo.
Pues muy bien: como no me parecía correcto a pesar de mi corta edad, (11/12 años) y
entonces no se podía protestar por nada, opte por hacerme  cuando me interesaba el Sordo.
No me sirvió de mucho, pues si en la mañana teníamos dos recreos me los pasaba
generalmente castigado ambos, uno corriendo alrededor del campo de futbol, y el otro
haciendo flexiones delante de alguno otro profesor.
Como digo pues no tuve ni nombre ni apellidos; fuí SORDO ( eso sí de conveniencia), según
el propio profesor me indico al finalizar el curso.
También diré como resumen que casi todo el colegio me conocía por éste apodo tan original
que se le ocurrió imponerme a un  profesor y a veces hasta me venía bien,  para ignorar a
quien no tenía ningún derecho a utilizarlo.

Bueno hermano tengo otra anécdota que recuerdo ahora que es la siguiente:
Como siempre me pasaba los recreos castigado, cuando subía a clase al finalizar los
mismos, pedía permiso al cura para ir al servicio, que se encontraba fuera del edificio
de las aulas, pero dentro del recinto del colegio.
Por entonces tendría unos 13 años aprox., pero cosa de críos, si podíamos nos íbamos a
buscar por las acequias fumaque, ( o así lo llamábamos) que eran raíces secas del regaliz
que lo empleábamos para hacer como que fumábamos, por que yo creo que lo único que hacía
aquello era sacar humo y nada más.
Pues uno de esos días que pedí permiso para ir a baño se ve que el profesor sospecho
algo, ( no se porque) y me mando sin que yo lo supiese un alumno espía.
Que casualidad aquel día me encendí una raíz de ése fumaque y el citado espía le dijo al
profesor que yo estaba fumando.
Resultado de dicha acción: me va a traer para mañana escrito la siguiente frase 1.000
veces: EL FUMAR A MI EDAD ES PERJUDICIAL. NO LO HARÉ MAS.
Imagínate como poder hacer aquello en época en la que una cuartilla era cosa de ricos y
un lápiz ó bolígrafo ni te cuento.
Recopile todo tipo de papeles que pude y hasta incluso utilicé los envoltorios de los
cigarrillos de ideales que entonces fumaba nuestro padre para poderlo hacer.
A la mañana todo ufano pues en casa no se había enterado nadie entrego todos mis trozos
de papel con aquello escrito, (te garantizo que fué toda una hazaña) pero ocurrió lo que
menos me esperaba.
El profesor hace como que lo cuenta y me dice: ¿quien le ha dicho a usted que esto valía
escribirlo a lápiz?. Lo quiero para mañana de nuevo pero hecho con tinta  (es decir a
bolígrafo).
No se ni recuerdo como me las ingenié pero logré presentárselo de nuevo al día siguiente.
Me pregunto: ¿están las 1.000 veces? le dije que sí, y ya no hubo más comentarios.
Yo pensaba que ya estaba todo olvidado pero le faltaba el remate.
Cuando al finalizar el mes ( antes se enviaban siempre las notas mensuales en una
cartilla) me veo que en las observaciones a la altura donde debían firmar nuestros padres
como enterados, aparecía la siguiente nota: Deseo saber si ustedes han autorizado a su
hijo para poder fumar.
Ahorro decirte las historias que me invente para que nuestro padre no me multiplicara el
castigo (que si eran cigarros de manzanilla ect. ect.)
Al final nuestro padre firmo las notas diciendo que no me habían autorizado, y eso ya
dejo satisfecho al profesor tan preocupado por mi salud pulmonar.

1 comentario:

Ico dijo...

Simpáticas anécdotas, yo también era una de las que siempre estaba castigada pero por no saber dividir.. Ayer tuve la inmesa suerte de encontrarme con mi viejo y admirado profesor de literatura.. todo un placer recordar esos años..