martes, 25 de junio de 2013

Acto de jubileo de un profesor: Herminio Lafoz

En este momento, en otras “ceremonias” de esta naturaleza a las que he asistido, siempre se emplea el recurso de la mirada al pasado, un pasado que siempre tendemos a mirar con nostalgia, recordando nada más que los buenos momentos.
Pero a un historiador no le está permitido narrar el pasado, y menos con  nostalgia; debe interpretarlo, mirarlo siempre con ánimo crítico.
Cuando comencé mi vida laboral, me veía separado en tres personas: en mi caso, la mirada del historiador (no me había curado la herida de la Universidad), la del profesor que empezaba a ser y la del ciudadano. Fue dos años más tarde cuando todas estas miradas empezaron a hacerse convergentes. Que lo que analizaba el historiador, que las conclusiones sobre el pasado que extraía el historiador, las asumían el profesor y el ciudadano.
Sólo así podía entender el profesor qué fue la dictadura, lo que representó la educación en el postfranquismo y en su superación. Porque el sector educativo, en el postfranquismo y en los primeros años de la transición fue la punta de lanza de la democracia. Al tiempo que luchábamos por la democratización de los centros educativos (claustros, elección democrática de cargos) estábamos librando un combate por la democracia en el país. Es cierto que se ha hablado poco de este combate. Importaba poco qué programa enseñabas, lo que importaba era cómo lo enseñabas (la pasión por el método que nos llevó a las Escuelas de Verano o a los grupos de renovación pedagógica. Casi tocamos la República; pero no) y la lucha contra las estructuras y las ideas del ministerio (la derecha en forma de UCD, heredera del franquismo), o contra la dirección de los mismos centros, aún trufada de elementos antediluvianos. Además de cómo profesor, el ciudadano actuaba también fuera de un cargado horario lectivo: actividades culturales, alfabetización, semanas culturales. Todo para el entorno al que nos debíamos. Por las noches, el ciudadano historiador buscaba en el pasado las formaciones sociales, los movimientos revolucionarios, buscaba ejemplos de cómo salir de situaciones difíciles hacia la libertad. Aquí, pues, estaba el historiador, pero también el profesor y el ciudadano. Leyendo, investigando, intercambiando puntos de vista con otros compañeros en reuniones, jornadas y congresos, supe qué era eso del marxismo, qué era eso de la lucha de clases. Todo convergió en qué enseñar para poder ir ensanchando la democracia.
Así fue al principio y así ha sido durante este tiempo a pesar de los cambios. Y ya lo sabíamos entonces, aunque sea hoy cuando estamos comprobando más crudamente que ninguna conquista es para siempre, que la libertad hay que ganarla todos los días.
Hoy continúa siendo imprescindible el análisis histórico riguroso frente a tantos análisis cortoplacistas y liberales. Hoy sigue siendo necesario el análisis de clases. Hoy, el profesor (el profesor reglado, entendámonos) pasa a otros menesteres. Pera queda intacto (acaso más viejo, más triste, pero no cansado) el historiador. Y queda intacto el ciudadano. Y al ciudadano que pasa una nueva reválida (la de la vida) no se le ocurre terminar este pequeño parlamento de mejor manera que recordando a dos de sus poetas más queridos. Con el primero, con Miguel Hernández, digo que

Cantando espero a la muerte,
Que hay ruiseñores que cantan
Encima de los fusiles
Y en medio de los batallas.

Y con Leonard Cohen grito, advierto, así a los poderosos:

Cualquier sistema que montéis sin nosotros
Será derribado.
Ya os avisamos antes
Y nada de lo que construisteis ha perdurado.
Oídlo mientras os inclináis sobre vuestros planos,
Oídlo mientras os arremangáis,
Oídlo una vez más:
Cualquier sistema que montéis sin nosotros,
Será derribado.
Tenéis vuestras drogas,
Tenéis vuestras Pirámides, vuestros Pentágonos.
Con toda vuestra hierba y vuestras balas
Ya no podéis cazarnos.
Lo único que revelaremos de nosotros es este aviso:
Nada de lo que construisteis ha perdurado,
Cualquier sistema que montéis sin nosotros,
Será derribado.

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