Así que la semana pasada, encontré una carpeta con la etiqueta "recortes de prensa" y me abalance sobre ella, especialmente cuando los primeros retales databan de principios de siglo XXI.
Y encontré dos con el título de Educación que me atrajeron un poco más:
1) Uno de Enrique Calvo, profesor de sociología de la Universidad Complutense, del año 2005. Casi diez años y seguimos en el mismo sitio.
"España necesita un gran cambio escolar, pues nuestra juventud es la más irresponsable e incompetente de Europa, sin otra ambición que convertirse en propietaria privada de un piso y de un puesto en la Administración pública, mientras se entrega a la subcultura estudiantil del odio al trabajo y el amor al consumo pasivo. Así que para movilizar a nuestros jóvenes, y hacerlos capaces de competir en la economía de la productividad, la flexibilidad laboral y la formación continua, hará falta una auténtica revolución educativa. Algo que no se logra con reformas legales de papel, sino con reformas estructurales de base, pues lo que hay que cambiar no son las leyes sino la realidad escolar.
El problema de la enseñanza es que está desautorizada por un ordenancismo que la incapacita y la condena a la impotencia. Y para que recupere la autoridad moral y educativa que jamás debió perder, hay que devolverle competencias y autonomía. Que sean los equipos docentes, con la dirección a la cabeza, quienes se responsabilicen de su trabajo educativo. Y para eso hay que invertir más recursos en la enseñanza pública pero también en la concertada, emancipando a ésta de su excesiva dependencia eclesiástica. Pues el problema no reside en la asignatura de religión (un pretexto para reforzar la limpieza étnica de los centros católicos), sino en una financiación estatal que en lugar de invertirse en la enseñanza concertada se desvía a las instituciones religiosas para financiarlas a costa de una educación empobrecida".
2) Otro de Elvira Lindo, del año 2009.
No se desaliente: no tenemos la educación pública que quisiéramos (a pesar de la aireada campaña "ni un niño sin ordenador") pero usted puede enseñar a su hijo a no despreciar el conocimiento. No se desanime: es probable que la buena educación le haga sentir a su hijo como un raro en determinados ambientes, pero superados esos desajustes no habrá en el futuro estrés postraumático. No deje para otros lo que puede hacer usted; no tiene por qué esperar, por ejemplo, a que en los colegios se enseñe a comer saludablemente; sienta como una vergüenza personal que en un país mediterráneo como el nuestro haya niños obesos; actúe, no es tan difícil, se trata sólo de enseñarles a comer como Dios. No se acompleje; no pasa nada porque vigile de cerca a su hijo adolescente, se ha hecho toda la vida sin pensar que se atentaba contra ningún derecho fundamental. No tenga miedo a racionar la televisión. No tenga miedo a asomarse a la habitación de su hijo, no se trata de espiar sino de proteger. No quiera ser como su hijo, no se juvenilice, él necesita sentir que está guiado por adultos. No tema decirle que está en contra del botellón y de los encierros, es bueno que él sepa lo que usted los detesta. Y por supuesto, no se apunte a un encierro por acompañar al niño, ahí sí que está usted perdiendo la cabeza y adiestrándole en la brutalidad. Hágale saber que tiene deberes con la sociedad, y si no quiere usar la palabra "sociedad", por ser algo abstracta, hágale saber que tiene deberes con seres concretos. No se deje estafar por esta especie de catastrofismo que nos arroja a pensar que, como todo es un desastre, nosotros, individualmente, no podemos hacer nada. Su desánimo tiene un componente de imperdonable pereza: si ha tenido hijos, sea padre, sea madre. ¡Ejerza! La mejor herencia que podemos dejar en este mundo grosero es la buena educación.