Ayer viernes asistí, por primera vez en mi vida, a una pre-boda. Es lo que se lleva según me cuentan las personas con las que lo he comentado.
Escribo a altas horas de la madrugada con los efectos alcohólicos a pesar de mi capacidad de control y de aguante por edad, así como haberme limitado al consumo de bebidas de baja o nula graduación alcohólica.
El objetivo de la pre-boda me cuentan es para que los invitados se conozcan. Se ha decidido que el dress code sea vestirse de blanco. El efecto es simpático a la vez que pasas desapercibido si lo respetas. Se sirve varias cosas de comer muy apetitosas (fideua, mejillones, jamón, croqueta, patatas bravas, ...) que parecen insuficientes a quienes acostumbran a cenar al modo español; pero suficiente para departir, saludar e intercambiar las experiencias del verano.
El lugar de celebración es un chiringuito de la playa. A pesar de que son las ocho de la noche, hay una agradable temperatura: ni calurosa ni sopla el viento húmedo del mar. Todo es excelente.
Somos un centenar de personas de diversas edades: maduros entre los familiares y jóvenes entre las amistades del novio y de la novia. La socialización va por edades así como la necesidad de ingesta de comida y, sobre todo, de bebida.
A medianoche, los más implicados en la boda se dirigen a descansar ya que el próximo día será stressante.