Por Artur Parcerisa, Universidad de Barcelona
La prensa se ha hecho eco de una experiencia de evaluación de los aprendizajes, desarrollada por unos treinta centros, en la que el alumnado puede consultar Internet y otras fuentes de información para realizar algunos exámenes. La noticia ha saltado a los periódicos por su novedad, ya que pone en duda algunos principios que parecían consustanciales a la evaluación escolar.Esta noticia propicia, entre otras, tres reflexiones, que exponemos a continuación. En primer lugar, aparece en la prensa una información relacionada con la escuela que no es negativa (fracaso, precio de los libros de texto, etc.). Si es una muestra de que hay cuestiones educativas como ésta que pueden interesar al conjunto de la población, quizás empecemos a estar en un camino prometedor. Tendremos que ver.
En segundo lugar, la apuesta por sustituir la pura reproducción de definiciones por una evaluación de capacidades y competencias parece prometedora. Lo es en el sentido de que lleva a la práctica un replanteamiento de lo que debe enseñar -y, por lo tanto, evaluar- la institución escolar. Detrás de la innovación que se propone hay una reflexión de fondo sobre el aprendizaje de competencias.
Hay, también, un posicionamiento sobre la relación entre la escuela y la sociedad: se propone un uso de las tecnologías de la información y la comunicación acorde con el que se da fuera de las paredes escolares. En este sentido de apertura, también hay que destacar que la experiencia es fruto de un programa de investigación de un grupo de la Universidad Autónoma de Barcelona, lo cual supone una colaboración entre la Universidad y el resto del sistema educativo que debería servir de ejemplo.
En tercer lugar, la innovación aborda el tema de la evaluación. Al hacerlo, pone el foco de atención en lo que constituye un elemento clave para favorecer un tipo u otro de aprendizaje. La evaluación es un referente muy importante -si no el que más- para el alumnado, que influye en cómo se implica éste en su proceso de aprendizaje.
Sin entrar en la experiencia concreta, vemos que su filosofía pone encima de la mesa la necesidad de buscar alternativas, en los centros escolares, que resulten coherentes con el aprendizaje por competencias que requiere la sociedad actual. A menudo, parece que el discurso teórico va por un lado y la realidad práctica por otro. Pero lo cierto es que teoría y práctica son dos caras de una misma moneda. No existe práctica sin teoría -aunque sea implícita- ni teoría sin el conocimiento surgido de la práctica. Aunar una y otra se hace indispensable para avanzar en la mejora de la docencia.
Insistir en que la escuela debe evitar quedar aislada, en que hay que ayudar al alumnado a formarse en competencias que le permitan ser cada vez más autónomo, crítico y capaz de adaptarse a situaciones cambiantes, pero seguir reproduciendo las mismas rutinas de siempre, dificulta que la escuela afronte un cambio necesario para responder mejor a su papel en la sociedad actual. El cambio se hace imprescindible, y en éste, los sistemas de evaluación deben tener un papel muy relevante.
Experiencias como la que da pie a este editorial, junto con muchas otras que se están desarrollando sin tanto eco mediático, probablemente suponen la avanzada de una necesaria y esperemos que inevitable reconfiguración de la escuela. Hay otros aspectos, pero el currículo y la evaluación son, sin duda, cuestiones centrales.