El pasado 7 de julio, prometía escribir una anécdota del libro "El mundo es un pañuelo" de David Lodge.
Philip ha encontrado a Joy, a la que creía muerta y con quién tuvo una noche inolvidable de amor en Génova hace varios años. En aquella ocasión tuvo que despedirse de ella sin comentar el encuentro y lo que sentía por ella. Ahora la encuentra en Ankara en una recepción en la que tampoco puede hablar con claridad con ella, sólo decirle en qué tren parte para Estambul esa misma noche.
Philip dio otro paseo junto al coche-cama y verificó su reloj de pulsera con el de la estación. Sólo faltaban tres minutos para la hora de partida del tren. La ansiedad era casi insoportable, y sin embargo se sentía extrañamente estimulado. La depresión de la semana anterior se había disipado y estaba casi olvidada. Volvía a ser un hombre centrado en su propia historia...¡y vaya historia! Apenas podía creer que Joy no estuviera muerta después de todo, sino viva. ¡Viva! Aquellas carnes tibias, palpitantes, que él había tocado en el dormitorio de Génova, con su luz purpúrea, todavía estaban tibias y palpitantes. Se sentía transformado por ese milagroso cambio de fortuna, elevado como por el impulso de una ola. Se oía a sí mismo diciéndole a ella en aquel rincón de salón de los Cluster: "Porque te amo", simple y sinceramente, sin títubeos, sin el menor embarazo, como el héroe de un film. No estaba, después de todo, acabado, quemado, a punto de jubilación, pues todavía era capaz de un gran amor. (...) Toda su energía mental se concentraba en el deseo de que Joy reapareciera.
Se cerraron de golpe puertas a lo largo del tren. Los empleados del ferrocarril, distribuidos a intervalos a lo largo del andén, como centinelas, adoptaron la posición de firmes y se miraron unos a otros esperando señales. La minutera del reloj de la estación avanzo vibrante. Un minuto para la partida.
Philip subió de mala gana al tren, bajo la ventanilla de la puerta y se asomó a ella, mirando desesperadamente en dirección de la barrera de control de billetes. Un empleado uniformado, situado bajo él, miró a su izquierda y su derecha y después se llevó el silbato a los labios.
- ¡Alto! - gritó Philip, abriendo la puerta y saltando al andén.
Había visto surgir de pronto una figura de mujer en el control de billetes, con su rubio cabello reflejando la luz de las lámparas de arco. Protestando en turco, el hombre del silbato trató de empujar a Philip hacia el tren y, cuando esto falló, quiso cerrar la puerta. Mientras forcejeaban, Joy llegó corriendo por el amplio andén, con una pequeña maleta en la mano. Philip señalo hacia ella, el empleado dejo de forcejear y, todavía indignado, se ajustó el uniforme. Philip le dió un billete de los grandes y el hombre sonrió y mantuvo la puerta para que ambos pudieran subir. La puerta cerró de golpe tras ellos. Sonó un silbato y el tren se puso en movimiento. En el oscuro pasillo varias caras atisbaron con curiosidad desde las puertas de los compatimentos, mientras Philip llevaba a Joy hacia el suyo. La hizo entrar y corrió la puerta hasta cerrarla detrás de ellos.
- Has venido
Joy se sentó en la cama ya preparada y cerro los ojos.
- Tengo billete - jadeo - pero no cama.
- Puedes compartir ésta - dijo él.