No sabía cómo titular este post. En realidad, todo surge cuando paseando de buena mañana para evitar los sudores de la enésima ola de calor, me aventuré a pasar por delante del edificio donde decía mi madre que nací que en la actualidad se encuentra tapiado, supongo, para evitar que pueda ser objeto de ocupación o vandalismo.
Se llamaba “Clínica del 18 de julio” para recordar ese día en que un golpe de Estado truncó los aires de libertad y de modernidad de España. Era un pequeño hospital de barrio que años más tarde era el lugar de torturas de un dentista que me amenazaba con echarme de la consulta si yo, niño de 5 años, no deja de llorar. Todavía recuerdo su gruesa y obesa mano metiéndola en mi boquita. Tarde muchos años en poder acudir a un dentista.
Pero esta mañana, al pasar por allí y ver como la entrada principal de la clínica donde nací está clausurada con ladrillos y los contenedores de basura están en primera linea como añadido a su decadencia. Ese fue el sentimiento negativo.
La parte positiva es que me encuentro a gusto paseando por los lugares en los que crecí. A pesar de que la adolescencia y la juventud la pase en otras regiones españolas; la infancia la pase recorriendo el barrio de Las Delicias.
El paso del tiempo nos lleva a la añoranza, al recuerdo de los días pasados, al recuerdo de los seres queridos que ya no están con nosotros.