Salida de Kioto. Maletas al autobús. Tenemos nuevo conductor. Se nos presenta de un modo formal. “Mi nombre no es Honda, ni Suzuki, sino Kawasaki”. Todo aderezado con una sonrisa y una simpatía que luego veremos corroborada por su profesionalidad: nos esperaba a la puerta del autobús; llevaba un contador para verificar que estábamos todos y nos ponía un taburete para subir al autobús.
La guía como todos los días nos recuerda que debemos poner el cinturón y señala donde encontraremos los baños y que, hoy, deberemos aguantar dos horas hasta llegar a la primera parada.
El viaje a Kanazawa es largo, 240 kilómetros. El límite de velocidad de las autopistas japonesas es de 80 por hora, aunque Kawasaki debe ir un poco más deprisa porque adelanta a coches y camiones. Desde el bus, se pueden ver paisajes con bosques de altos árboles en la montaña y con arrozales en las llanuras. A las dos horas paramos en un área de servicio para reponer fuerzas y hacer uso de los servicios que tienen una pantalla publicitaria mientras orinas.
Vamos hacia Shirakawago, un pueblo de montaña que en invierno tiene bancos de nieve que superan los 2 metros de altura y como consecuencia de las fuertes nevadas, se crearon casas gasshō-zukuri (manos en oración) a dos agua. Allí visitamos una casa típica que perteneció a un comerciante de pólvora. También subimos a un observatorio para contemplar el valle desde las alturas. El recorrido entre casas y arrozales resulta interesante y me atrevo a grabar la recogida del arroz con hoz.
Tomar una cerveza en una de las casas nos retrotrae a la mitad del siglo XX. Se paga, tu coges la botella de la nevera, quitas el tapón con el abridor colgado en la puerta y te sientas en el taburete de la puerta. La decoración me obliga a levantarme para que otro turista haga la foto.
A las 16:30 llegamos al hotel Mystays de Kanazawa. Desembarcamos y nos acercamos a ver la estación de ferrocarril. La llegada del Shinkansen y la inauguración de la nueva estación ha transformado la ciudad. Nos encontramos con una fiesta de guerreros. Volvemos al hotel porque tenemos otra actividad grupal voluntaria pero que nos hemos apuntado casi todos: Karaoke. ¡Qué divertido!
Cuando salimos, no hemos tenido la prudencia de cenar antes de cantar, casi no encontramos un lugar para hacerlo. En la estación conseguimos tomar algo rápido y nos vamos a dormir.
Antes de que lo olvide. En todas las habitaciones, he encontrado una linterna junto a la mesilla que se enciende cuando la coges. Supongo que es para situaciones de emergencia aunque nadie te lo comenta.