Hace un año, recibía la llamada de mi hermana María desde América indicándome que mi madre había fallecido.
Eran las 9.30 de la mañana y me puse en contacto con mi hermano que no había podido localizarme. Él estaba en Zaragoza y yo estaba en Milán. Apenas tres horas más tarde estaba sentado en el avión que me llevaría a Barcelona, gracias a Internet y a mis conocimientos sobre cómo conseguir un billete.
El aeropuerto de Malpensa estaba abarrotado y siempre que uno tiene prisa ocurren los imprevistos, por eso elegí la fila equivocada en el check-in. Cuando cerraron mi fila, "salte" por encima de los que hacían la fila contigua y puse mi documento el mostrador.
En realidad hacía todo esto de forma convulsiva porque lo único que rondaba en mi cabeza era no haber dicho "adiós" a mi madre.
La había llamado tres días antes y había conseguido hablar con ella. En aquellos últimos días, no era muy normal seguir una conversación inteligible por teléfono; por eso pensaba llamarla el sábado porque aquella última vez estuvo más clara de lo habitual. Pero, el sábado se "me paso" hacerlo. No recuerdo las razones de ello. Quizás es una forma de olvidar lo negativo.
Siempre quieres estar con los que quieres en sus últimos momentos, aunque quizás sirve de poco para los que se van. Sobre todo para aquéllos que se marchan sin hacer ruido: en medio de un puente, en agosto, en "ferragosto" (Asunción de la Virgen)
El camino hacia Zaragoza fue normal, tranquilo porque no había ninguna prisa en llegar. El resto de personas caminaban con prisas hacia sus vacaciones.
El viaje en autobús me sirvió para repasar mis recuerdos, para recordar la muerte de mi padre. Al que había tratado de darle ánimo para vivir en el lecho hospitalario cuando ya no tenía anima.
Sirva mi recuerdo, otra vez lejos de España.
En el interim han muerto sus dos hermanas. Toda una generación de la familia Pascual ha desaparecido. Ahora nos toca a la siguiente.