martes, 28 de agosto de 2018

Defensa de la Sanidad Pública

Recogido y traducido de la versión italiana del libro de:

LARHER, Erwan (2017): Il livro che non volevo scrivere . Milano. Adriano Salani editore.

El autor es un escritor que sobrevivió al atentado del Bataclan en Paris. Cuando cuenta el tiempo pasado en el hospital, dedica estas dos páginas (158-59) a la Sanidad Pública. Me han parecido que es la mejor defensa que se puede hacer de la misma:

“La rutina, muy perezosa, se instala a bordo. Turnos de enfermeras – el grupo de día y el grupo de la noche. Los inmutables horarios de comida (siempre más consistente). Vigilar los rumores del pasillo (carros que se mueven, luces, microhondas en marcha), los pasos, ora una visita, ora una presencia, poder hablar, ser consolado, entretenido. Todos santas y santos, ellas y ellos que se ocupan de cuidarte. Los quieres, se lo dices. Los quieres, a los que murmuran y gruñen, a los que hacen mal cuando ponen las inyecciones y a las semidesnudas bajo su bata verde, a las que mantienen la distancia y las que bromean, incluso quieres, ahora después de días,  a aquellos que huelen a tabaco frío, como Abdel, que los primeros días era preocupado y incómodo – creía que lo habría confundido con…?

Sirve más personal de cuidados, pagarles más, preocuparse de su bienestar profesional. Poned impuestos a los especuladores, rebajar los salarios demasiado altos, haced un esfuerzo – hagámoslo todos – pero no abandonad la sanidad pública. (La negrita es mía)

Cristophe mide un metro noventa y pesa al menos un quintal. Te permite agarrarte en su brazo (grueso como lo que queda de mi muslo) y se deja morder cuando su colega procede a la toma cotidiana del análisis de sangre. Cuando no puedes morder, canta vigorosamente, o te lanza un rosario de palabrotas inventadas en un pseudo italo-alemán, o simula ser valiente y soportar la visión de los hematomas.
Muchachas bellisimas te limpian las llagas del surco interglúteo, vaciarán y lavarán tus “pappagalli” llenos de orín, sin ninguna preocupación, algún pudor, estás constantemente desnudo debajo el camisón. Por otra parte, tu pene y tus testículos están muertos. No se pone dura. Tratas de no pensar.

Myriam, Mailis, Anne-Sophie, Habib, Bertarnd, Isabelle, Brigitte, Jerôme, Delphine, Micheline, Christophe, Abdel, Laurence, Sophie, Noémia, Carine, Whitney, Gilles, Babeth, Laurine, Cyntia, Magalie, Marie, Sophie, Karine, Salma, Sylvie, Johann, Hélène, Valérie, Francesco, Geneviève, que se llevan a casa todos ellos después de un día al lado de gente que sufre, invalidos, flebizados, entubados, centenarios, con metastasis, incurables, inmobilizados, con catarro, doloridos, ulcerosos? ¿Creéis que se quitan la bata, los zuecos, y que la sordidez del día se queda en el guardarropa? Tranquilizan, sonrien, confortan, curan, vendan, visten, dan la vuelta, alimentan , escuchan, ciertos pacientes les insultan, otros los toman como si fueran mayordomos y tocan la campanilla cada minuto, a otros les molesta porque sestán sanos, en cambio ellos están mal. No son bastante numerosos, a veces faltan las sábanas para cambiar las camas o los camisones para los enfermos. Nunca te hacen sentir su fatiga, ni cuando están hartos. Son la humanidad que se responsabiliza del cuidado de sus semejantes. En tu cama, te enfadas cuando piensas en aquellos que la quieren privatizar, garantizar la rentabilidad, hacerles actores de la economía de mercado. ¿Es tan complicado entender que tenemos más necesidad de ellos que de consultores de la comunicación, publicistas o agentes de bolsa?

Desde dentro de las empresas sanitarias, sugieren que es necesario comparar lo comparable, mirando la realidad a la cara, que el asistencialismo mata y que es equivocado vivir por encima de nuestras posibilidades. Y que es la hora de tu inyección.”