Cuando hace cuarenta años llegué a la Universidad, los y las jóvenes de dieciocho se matriculaban y organizaban su estancia en la ciudad: alquiler de piso, organizarse la compra, hasta la limpieza de la escalera comunitaria para ahorrar unas pesetas que invertían en vino o cerveza.
Pasado los años, el profesorado empezamos a sorprendernos porque algún padre o madre acompañaba al estudiante a matricularse. Luego, llegó el día en que un padre pidió asistir a la revisión de un examen de su hija. Y lo de la matricula, incluida la elección de optativas, la realizaban los progenitores y finalizando el siglo, los padres o las madres acudían a matricular a los hijos y las hijas mientras los interesados asistían a la fiesta iniciática de celebración en Salou.
Personalmente, no quería escuchar a quienes señalaban que se estaba infantilizando la sociedad, que se estaban relajando los niveles de exigencia de la secundaria, de la primaria. Quizás consideraba que se trataba de un sentimiento de nostalgia de que la educación sólo era para la élites y no compartían mi propuesta por la educación secundaria comprensiva.
Hace solo unos días, escuche una noticia referida a los niños y bebés que llegan en patera a las costas Canarias donde se indicaba que un bebé, de 17 meses según la valoración médica, se comportaba con un grado de autonomía mayor que los bebés occidentales. Me recordó los estudios de humanos y chimpancés en los que se indicaba que los chimpancés se desarrollaban rápido pero que luego eran superados en el desarrollo por el humano.
La irresponsabilidad,, la falta de autonomía, la insolidaridad, la despreocupación de lo que les ocurra a los demás de los jóvenes es la consecuencia de lo que hemos sembrado en los últimos tiempos: la hiperprotección de los hijos, la infantilización de la sociedad ha concluido en este mundo individualista e insolidario que hemos creado.
En resumen:
- Falta de autonomía
- Falta de responsabilizarse de su actos
- Falta de capacidad en la toma de decisiones.