13 de agosto de 2006, ya han pasado dieciséis años. Ales, mi hijo, tenía cuatro años, los mismos que tenía Iván, mi hijo mayor, cuando falleció mi padre.
En ese momento, Juanjo, María, Aurea y yo nos convertimos en huérfanos. Ya nadie nos llamaría con ese siempre cariñoso apelativo de “hijo mío”.
Dicen que el paso del tiempo atenúa el dolor pero el recuerdo permanece. De los primeros momentos recuerdo claramente los del fallecimiento de mi madre, los del fallecimiento de mi padre son más borrosos. Porque era más joven, 27 años frente a 49 años. Porque apenas conviví con mi padre, desde los 14 años hasta los 22 años estuve fuera de casa y en la infancia como canta “Revolver” el padre trabajaba desde la madrugada hasta la noche.
No quisiera entrar en detalles difíciles de explicar y más difíciles de entender sino empatizas con la situación.Piensas lo que no dijiste o lo que dijiste, lo que hiciste o lo que no hiciste, las atenciones y las desatenciones que tuviste con tus padres.
Desde 2007, cuando había pasado un año, solo en 2018, hice una referencia en este blog al aniversario del fallecimiento. Por eso, quiero recordar esta efeméride como homenaje a las madres y a los padres.