Primer día.- Sandra, nuestra amable propietaria, recepcionista, botones, guía turística y repostera del hotel nos ofrece la posibilidad de elegir el desayuno independientemente del alojamiento y decidirlo la tarde anterior. Como es el primer día, probaremos. Creo que sabía que repetiríamos porque todavía hoy recordamos los sabrosos bizcochos hechos cada mañana y las tostadas recién hechas que podías untar con dulce o salado según tu gusto.
Como inicio de vacaciones, destinamos la mañana a las actividades clásicas: playa, mariscada, siesta y paseo por la ciudad que tiene Gran Vía como las grandes capitales y grandes edificios como Teatro, Hotel y Casino.
Para la mariscada se eligió Casa Basilio, si bien nuestro guía-cronista de la vila, Toni Silva, asegura que en Ribadesella hay que disfrutar de los pescados: sargu, atún, carpacio y no del marisco que lo traen de Galicia.
Para rebajar la comida paseamos por el antiguo muelle mirando los murales con las viñetas de Mingote que ilustran la historia de Ribadesella en seis paneles acompañados por un texto de mi compañero Toni Silva que emula en mordacidad al humorista; la dicción corresponde a una melodiosa voz femenina. Los momentos que recogen son la Prehistoria, la Edad Media, el Renacimiento, la Guerra de la Independencia, la emigración del siglo XIX y la época actual.
Más adelante una sencilla ruta mitológica compuesta de unas señales verticales hacen un repaso a los principales personajes de la mitología asturiana: Les Xanes, El Trasgu, El Cuélebre, El Nuberu, El Diañu Burlón, El Pesadiellu, Les Serenes y La Güestia.
Finalmente unas escalinatas, unos cincuenta peldaños, suben hasta la Ermita de la Guía situada en un promontorio que el mar va comiendo cada invierno. Para quienes le asusten las escaleras o tengan movilidad reducida pueden subir por un camino más largo y menos atractivo porque sólo al final se contempla el horizonte oceánico.
En el ocaso, volvemos prontito al hotel a disfrutar de nuestro jardín particular, tranquilo y lejos de la mundanal Villa, con la posibilidad de contemplar el cielo y las estrellas en un silencio ensordecedor. Esa noche, decidimos hacer una cena campestre y olvidarnos de la ruidosa y aglomerada Ribadesella y disfrutar de nuestro emplazamiento en una de las colinas que rodean la ciudad.