Las organizaciones y personas que firmamos este Manifiesto estamos profundamente preocupados por la difusión de creencias sobre la escuela que distorsionan la realidad.
Por eso afirmamos que:
No es verdad que en la escuela predomine un modelo de enseñanza diferente al tradicional. Al contrario, a pesar de que hay muchos argumentos en contra, la cultura dominante sigue basándose en la transmisión de bastantes contenidos desfasados, en el aprendizaje repetitivo, en la evaluación sancionadora y en la prolongación de la jornada con abundantes deberes. La mayoría del alumnado, como siempre ha ocurrido, identifica el saber con retener información para el examen.
No es verdad que en la escuela hayan bajado los niveles. Basta observar los libros de texto para comprobar que cada vez se pretende enseñar más
contenidos. La idea de que “los niveles bajan” trata de dar una explicación fácil al fracaso escolar. Pero los estudiantes fracasan porque el modelo de enseñanza tradicional, y no otro, no provoca aprendizaje duradero y de calidad. Esto siempre ha sido así. No entender muchas explicaciones, estudiar para los exámenes y olvidar lo estudiado son experiencias compartidas. En un mundo donde la información circula por Internet, donde los problemas son interdisciplinares, donde las certezas absolutas han desaparecido y nos enfrentamos a un futuro crítico, incierto y complejo, la escuela sigue anclada en contenidos y métodos del pasado.
No es verdad que el alumnado sea peor que el de antes. Es diferente, pero no peor. Los menores son el producto de la sociedad en la que viven. Juzgarlos negativamente como colectivo es ocultar la responsabilidad adulta. La incitación al consumo, la cultura del triunfo y de la superficialidad,
su conversión en objetivos del mercado y la forma de vida de los adultos con los que viven son, entre otras, realidades que influyen en su desarrollo.
La sociedad tiene una actitud hipócrita: se ve reflejada en el espejo de ellos y, a veces, no le gusta lo que ve, pero, en vez de analizar las causas, arremete contra la imagen que se proyecta. En la escuela esto es especialmente grave. Los “medios” han favorecido una alarma injustificada. La falta de respeto hacia los docentes, el acoso entre iguales, etc., aun siendo problemas reales, se han sobredimensionado, convirtiéndolos en productos de consumo.
No es verdad que los docentes tengan un exceso de formación pedagógica y un déficit de formación en contenidos. Todo lo contrario. Los profesores de secundaria después de 5 años de formación en una licenciatura sólo han recibido un curso de dos meses sobre aspectos tan importantes como: la psicología del alumnado; la importancia de lo afectivo; los modelos pedagógicos; la selección de contenidos; el diseño de actividades; el uso de los recursos, especialmente aquellos próximos a los estudiantes; las formas de evaluar y sus repercusiones formativas; las tendencias innovadoras en educación; la dinámica de grupos; etc. En una profesión centrada en la práctica, los docentes han tenido una formación muy poco vinculada a los centros escolares (es de justicia reconocer el esfuerzo de muchos docentes al intentar responder a los problemas profesionales a pesar de su insuficiente formación inicial, de la cual, no son responsables). Por eso consideramos necesaria una profunda reforma de la formación inicial del profesorado que asuma, por fin, que para enseñar no basta con saber el contenido.
La escuela y la universidad necesitan un cambio. Este cambio no puede venir del modelo tradicional, como reclaman algunos, ignorando que es el responsable del fracaso actual. Tampoco aplicando políticas de mercantilización de lo educativo, ni modelos empresariales de planificación y control de calidad. Las personas no son mercancías. Algunos principios de la escuela que necesitamos son:
1. Centrada en los estudiantes y en su desarrollo integral.
2. Con contenidos vinculados a las problemáticas importantes de nuestro mundo.
3. Con metodologías que promuevan aprendizajes funcionales y la capacidad de aprender a aprender. Donde el esfuerzo tenga sentido.
4. Con recursos didácticos modernos y variados. Una escuela que utilice de forma inteligente y crítica los medios tecnológicos de esta época.
5. Con formas de evaluación formativas que abarquen a todos los implicados y que impulsen la motivación interna.
6. Con docentes formados e identificados con su profesión y estimulados para la innovación.
7. Con una ratio razonable y con profesorado ayudante y en prácticas. Con momentos para diseñar, evaluar, formarse e investigar.
8. Con un ambiente acogedor, donde los tiempos, espacios y mobiliarios estimulen y respeten las necesidades de los menores.
9. Cogestionada por toda la comunidad educativa. Que promueva la corresponsabilidad del alumnado.
10. Auténticamente pública y laica. Con un marco legal mínimo basado en grandes finalidades y obtenido por un amplio consenso político y social.