Vivo en el Centro de Zaragoza. En el centro de la expansión burguesa del siglo XX: no en el centro depauperado donde los edificios rezuman antigüedad y pobreza. En el centro donde predominan los edificios modernistas o grandes edificios con locales comerciales en sus bajos, no en el centro donde predominan las calles sucias y los locales cerrados o con el letrero de se vende o se alquila.
La actividad diaria comienza a las nueve de la mañana y finaliza con la noche. Se presenta todo bastante limpio, cuidado, con jardines recién remozados. Las terrazas de los bares están siempre llenas de personas que departen en un tono de voz no estridente. Podríamos decir que las personas son de las que llegan a final de mes, diríamos que es una clase media.
Pero también tenemos nuestros "pobres adosados", personas mendicantes que tienen un puesto fijo: el subsahariano del Mercadona, el señor con su perro junto a la panadería-cafetería, el español sin puesto de trabajo según señala su cartel que aprovecha el porche para protegerse de las inclemencias del tiempo, etc. Siempre nos saludan dando los buenos días, para evitar la invisibilidad a la que son condenados por la velocidad de nuestra actividad cotidiana.
En suma, si vemos las terrazas llenas, los comercios con actividad, las calles con personas con bolsas, otras personas que pasean perros, y todo en un ambiente de calma; mi circunstancia es que la sanidad, la educación y los demás servicios públicos funcionan. Solo faltan que nos bajen los impuestos para poder consumir más. Todo es felicidad.
Las personas pobres no existen porque gracias a nuestra caridad podrán cenar esta noche.