Huyendo de la tórrida Zaragoza, hemos reservado un par de días en el Hotel Palacio de Pujadas de Viana.
De camino nos paramos en Los Arcos, una localidad en el camino de Santiago, que en la mañana se despierta de un fin de semana festivo. En el bar de la carretera, predomina el público masculino, sólo la camarera y la guardia civil son mujeres.
Cuando nos adentramos en el casco antiguo, descubrimos bares más propios de los caminantes y peregrinos. La calle Mayor está llena de casas con sus blasones que muestran los símbolos de la familia propietaria. Los cuartos están explicados a pie de calle.
Debemos esperar hasta después de comer para hacer la entrada en el hotel. Por eso, nos dirigimos a Estella. Y, sin querer, hemos dado en el blanco, están en Fiestas. Es la hora del vermú y solo los extraños no visten de blanco y con el pañuelo rojo. La población local ocupa las terrazas y algunos las calles con mesas para compartir la mesa con amigos y familiares. Algunos incluso preparan la comida en la calle.
Un paseo por las principales calles y el puente de la Cárcel. La oficina de Turismo está abierta y la amabilidad de la funcionaria nos presenta una gran cantidad de lugares que podríamos visitar en las proximidades. No sé si tenemos tiempo.
En Viana, nos alojamos en nuestra habitación que tiene un balcón que da a la Iglesia de San Pedro de la que sólo permanece la fachada y los muros exteriores. Me recuerda a la iglesias inglesas o irlandesas que se exponen sin la techumbre.
A la tarde, nos aceramos a saludar a dos colegas amigas que no vemos desde hace tiempo en un pueblicito donde termina la carretera. El café se prolonga hasta muy tarde porque saltamos de una conversación a otra, recordando tiempos pasados y diciendo aquello de "que rápido pasa el tiempo".