Parece que un nombre imprime características porque mi amigo Salvador es salvador de muchas causas.
Un amigo es un amigo aunque pasen cuarenta años en los que no se crucen una palabra. Por eso, cuando Salvador localizó mi email y me propuso vernos, no dude un momento para desplazarme hasta su domicilio. Hacía tiempo que yo también buscaba el modo de reencontrarnos pero la pereza lo impedía.
A Salvador lo conocí estudiando pedagogía en Valencia. Él se ocupaba de las tierras de su padre que había fallecido recientemente. No era momento para convertirse en huérfano, así que le tocó atender los campos a la vez que atendía sus proyectos de ser orientador escolar. Un día me propuso ser su ayudante para hacer plantero de tomate y lo que surgiese. Yo me aburría y hastiaba en una ciudad más grande que la mía y que me resultaba hostil, especialmente los fines de semana. Así que el viernes después de clase tomé un tren para Xativa, aunque me advirtió que el campo era más duro que estudiar y que terminaría el domingo más dolorido y cansado que al empezar.
De ese fin de semana y del trabajo debajo del plástico haciendo labores del campo nació la amistad y el interés de un “urbanita”, como yo, por las cuestiones agrícolas.
Después de este flash-back, volvamos a 2025. Hemos pasado dos intensos días como lo fueron aquel fin de semana de 1978. Casi celebramos unas bodas de oro.
Durante su vida, Salvador concilió, no me pregunten cómo porque yo no consigo entenderlo, el trabajo en el instituto, ser un empresario agrícola participando como miembro destacado de cooperativas o de comunidad de regantes y la creación de una familia numerosa de tres hijos. Aunque hace veinte años la carretera la diezmó de esa forma antinatural que es que el hijo muera antes que los padres.
Para intentar superar lo insuperable tuvo a su lado desde muy temprano a Araceli, una estudiante guapísima de Medicina que fue médica rural y que, ahora, sufre de la otra C, la del cáncer. Aunque como dice el escritor Joël Dicker, referido a la muerte de la esposa de un personaje pero resulta válido para la de un hijo: “La muerte del otro es como si te arrancasen el corazón y luego te pidieran que siguieras viviendo.”
Estos días me han comentado dos hechos que yo había olvidado: que, enterado de la muerte de su hijo, les había hecho llegar mis condolencias. No sé si ocurrió o solo lo pensaron. Pero lo que es cierto porque hay documento gráfico, es que estuve en su boda; de lo cual tampoco soy consciente.

Salvador, pasados los setenta, sigue trabajando como empresario agrícola. De orientador se jubiló para poder atender a sus suegros. Ahora, atiende a su mujer y a sus nietos. Cree que atiende a sus hijos pero, en realidad, son su hijo Pau y su hija Anna los que le atienden cuando se deja. A su mujer le gustaría que aprovecharan más los días que quedan y así se lo recomiendan sus hijos, pero Salvador quiere salvar a ese campo que muere por falta de personas cómo él, que se levanta en la noche para atender la alarma del mal funcionamiento de un riego o cualquier otra incidencia. Porque los empleados saben que tienen un jefe honesto y que está presente cuando salta cualquier problema, porque también cuida de sus empleados. Una frase que surgió en algún momento de nuestras conversadoras: “Cómo dicen que hay que echar a los inmigrantes, si no los tuviéramos, no habría personal para recoger las naranjas”.
De campo a campo hemos ido en una vieja Citroën Berlingo polvorienta pero que sube rampas del 20% sin quejarse. Me ha enseñado campos y sistemas de riegos de los que habla con un entusiasmo contagioso que no da la opción de NO aprender.
Los sistemas de gestión del agua proceden de los romanos y mejorados luego por los árabes. En la actualidad se han perfeccionado y automatizando con la informática pero siempre se basan en la ley de la gravedad. El agua desciende del punto A al punto B porque está en una cota más baja. Salvador tiene documentado toda esta cuestión de la que le gustaría escribir un artículo o un libro. No sé si encontrará el momento para sentarse y escribirlo.
Referente a los campos he aprendido que hay muchos tipos de naranjas que cada una tiene un momento de recolección; que los precios los imponen los “lineales”, es decir, los distribuidores y que la Naranja Nadorcott está patentada y por cada árbol debe pagar una importante cantidad para lo que vienen unos “hombres de negro” con su ordenador a contar los árboles que tiene. La empresa Nadorcott pertenece a la familia real marroquí.
También hemos hablado de las luchas que mantiene contra la fauna:
- Los jabalíes que rompen sistemas de riego para poder bañarse en barro o para escarbar buscando raíces dañan el árbol.
- Los conejos que se comen la corteza de los árboles.
- La diminuta araña roja que se depositan en la hojas y sus colonias se alimentan de la savia de la hojas y reduce la fotosíntesis.
Pero también tiene que soportar la delincuencia que roba los productos del campo o los sistemas de vallado a la vez que vandaliza otros elementos necesarios en la actual producción agrícola.
He visto como tenía que pelear con otro problema: los pirómanos. Desde su casa, huele a humo. Rápidamente sitúa la localización y señala que espera que no pase al otro lado del río donde tiene un campo de caquis a punto de ser recogidos. Por eso, nos acercamos a la zona y nos encontramos con los bomberos que ya han terminado de apagar el fuego pero, desgraciadamente, algunas chispas han pasado de orilla y han afectado a su campo. Salvador cierra el dispositivo de riego por goteo porque ha comprobado que las gomas se han visto afectadas. Decide no ver el detalle de los daños. Ya volveremos al día siguiente. Al día siguiente, al ver los árboles chamuscados habla con dolor y tristeza por esos seres vivos que difícilmente se recuperarán después de haberlos cuidado y verlos crecer por cinco o seis años para dar alimento.
Dos días y dos noches de conversación, de intercambiar nuestras experiencias vitales aunque yo procuraba dejarle hablar a él. Tenía prioridad porque era quién había convocado con un “Antes de morirme, tenemos que vernos”.
Gracias Salvador por hacerme sentirme tan bien y tan feliz. Yo también haré una promesa: “Antes de cada navidad, pasaré a desearte Felices Pascuas y que me regales algunas naranjas que yo mismo recogeré”.