Ensalada vs. Potitos 4 de abril de 2011,
Especialmente en la Universidad, pero también en la relación con los hijos, tengo la sensación de que todo se da como la alimentación de los bebés, es decir, la realidad se ofrece bien triturada como si fuera un "potito". Y no lo considero conveniente. Facilitar la vida a las nuevas generaciones no significa presentarlo tan fácil que no exija esfuerzo:
"por favor, profesor podría repetir", "profesor, ¿dónde encuentro esa información ?, ¿la dejará en reprografía en los apuntes?, ¿podría decir exactamente qué es lo que va para examen?, ¿por qué no cuelga los apuntes todos en la misma plataforma? (sic)Es decir, todo masticado. Facilitar el trabajo significa dar herramientas, orientación; pero el aprendizaje es una cuestión personal. Nadie aprende si no es con su propio esfuerzo. Aprender a vivir no es posible sin esfuerzo salvo que nos implanten un chip inteligente que habrá sido programado por alguno que querrá cobrar.
Por tanto, yo como educador podré dar ensalada al gusto (con maíz o sin maíz, con cebolla o sin cebolla, con aceitunas o sin ellas, con ensalada blanca o verde o roja) pero no en forma de potito. O si quieren otra analogía alimenticia:
"La sopa de pescado la sirvo con cuchara pero no en biberón"
Denébola Álvarez respondía con este texto:
"Estoy de acuerdo con la metáfora, también digo NO al biberón y al orinal. Pero quizás no comparto una idea que subyace al post o que al menos encuentro entre líneas: parece que todos los nacidos después de la muerte de Franco sentimos indiferencia por todo lo que nos rodea.
Quiero señalar dos reflexiones al respecto.
El primero sobre la generación en general. Indignante fuertemente que nos caractericen como “ni-ni” cuando dudo que esa indiferencia y despreocupación ante la realidad que nos rodea sea mayoritaria. La verdad, me parece una generalización excesiva e inexacta, se parece a aquellos pronunciamientos sobre la LOGSE como la ley educativa causante del fracaso escolar. Quizás, para emitir un juicio adecuado, coincidamos en que debemos preguntarnos por la extensión de la escolarización, longitudinalmente -aumento del tiempo obligatorio- y transversalmente -porcentaje de población que accede a ella-. ¿No deberíamos entonces preguntarnos también por el aumento del nivel educativo o las diferencias en el acceso al mundo laboral en los últimos 30 años? ¿No deberíamos entender que las preocupaciones de la nueva generación cambian sin etiquetarlas de ni-ni?
El segundo, centrado en la universidad y la falta de esfuerzo de los estudiantes. Sin pretender quitar responsabilidad a los propios individuos, que deben esforzarse en aprender y no en aprobar, quiero resaltar los procesos de evaluación en los que hemos sido socializados a lo largo de la escolarización obligatoria y postobligatoria (excluyendo la etapa de educación infantil). La mayoría de los libros de texto que hemos manejado presentan la información como verdades indiscutibles que conducen a exámenes de conocimientos unívocos y en los que los estudiantes, perdón los examinandos, tienen el papel de recibir los contenidos unidireccionalmente. Una situación, que al cambiar el constructo “libros de texto” por “apuntes” se repite en las aulas universitarias (en mi experiencia personal más del 50% de las materias de grado que estudié en las Facultades de Ciencias de la Educación corresponden a esa descripción). Entonces, ¿qué concepto de ciencia transmitimos? ¿Y qué concepto de educación?
Ante esta situación, la pregunta “¿esto va al examen?” resulta inesperada. Para mí, no.
Hagamos que el aprendizaje sea divertido. Evaluamos las herramientas de enseñanza. Y no olvidemos que para entender el hecho debemos conocer el proceso."