Nuestro viaje también tiene su lunes negro. Anoche se encendió una alerta en el cuadro de mandos del coche. Por eso, hemos enviado un mensaje al servicio técnico y nos dirigimos hacia una oficina de la casa de alquiler que se encuentra no muy lejos de nuestra ruta inicial.
Nos encontramos un control de policía. Menos mal que son rápidos y amables. Nos ven cara de turistas y nos preguntan a dónde vamos y de dónde somos; nos desean buen viaje y nos aconsejan prudencia porque la carretera tiene muchas curvas.
El problema mecánico se soluciona buscando la gasolinera apropiada para echar adblue porque se trata de un coche diesel.
Hemos perdido una mañana de nuestras vacaciones pero seguimos nuestra ruta hacia una de las “joyas” de la visita a Irlanda: El acantilado de Moher o Cliff Moher.
Llueve a cántaros. El parking está lleno (es necesario aparcarlo en frente del centro de interpretación y pagar allí). Los senior tenemos precio rebajado. Llueve, llueve y llueve. La neblina impide ver el horizonte. Todos los visitantes tratan de refugiarse en el centro de interpretación. Está muy masificado porque las personas a causa de la lluvia y el viento no se dispersan por el amplio espacio de los acantilados.
Así, que después de secarnos porque nos hemos atrevido a caminar bajo la intensa lluvia por uno de los espacios asfaltados, decidimos irnos a comer. Se ha hecho tarde y no sabemos si encontraremos un lugar donde hacerlo. El picnic está descartado porque… llueve y llueve.
Mi intuición o mi estómago me dice que por ese desvío que pone Doolin y baja hacia el océano quizás encontremos algo. A los pocos kilómetros, un letrero de B&B además de restaurante me da buenas sensaciones, tiene aparcamiento propio. Una acertada decisión porque en el menú hay una sopa de día que nos reconforta después de la ducha fría en los cliffs de Moher.
Desde Doolin salen los ferry hacia las islas Aran, las de los jerséis de lana o jersey del pescador, pero no está el día para los aprendices de marineros.
Desde allí nos dirigimos hacia nuestro nuevo alojamiento a veinte minutos de Galway, así se llama nuestro alojamiento. Las carreteras son laboriosas para conducir pero muy agradables para contemplar territorios salvajes donde todavía no ha llegado la urbanización.
Las indicaciones para llegar al destino que aparecen en Booking no son del todo correctas pero gracias, como siempre, a la amabilidad de los irlandeses encontramos a alguien que nos indica el camino correcto. Menos mal que hemos llegado de día porque estamos en medio del campo sin contaminación lumínica alguna. Y rodeado de dos hoteles de muchas estrellas: El Weir Haven Country House y el. Kilcolgan Castle.
Dejamos nuestras maletas y nos dirigimos a Galway a conocer el arco de España y a tomar una cerveza en el pub Tigh Neachtain. Descartamos cualquier intento de pasear porque sigue …. (No es difícil averiguar el gerundio).
Después de la cerveza, a casita para cenar y descansar
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