Hace 30 años falleció mi padre.
Y aunque dicen que el tiempo lo olvida, o que las preocupaciones diarias de trabajo, de familia, de ocio y personales ocupan nuestro pensamiento; yo sigo pensando en aquel día y en los primeros meses.
Una persona mayor, casi anciana, me comentó: "Uno puede casarse, tener hijos, tener una familia, un trabajo estable; pero sólo se convierte en adulto, cuando desaparece tu padre."
Y así es, porque el padre es un referente, aquel que, aunque no le preguntemos, miramos como referente: "Estará de acuerdo con mis decisiones".
El tiempo va pasando y pasando y, ciertamente, no a todas horas tenemos el sentimiento de tristeza que entonces experimentamos. Pero cuando llegan determinados aniversarios y números redondos, como el treinta, una lágrima se acerca a los ojos.
A mi hermano, a mis hermanas que estarán en el mismo sentimiento.
Y a todos aquellos que, en la proximidad de las Navidades, perdieron a un ser querido.
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