A. Quizás por mi pesimismo congénito.
B. Quizás por no tener a nadie que me diga “hijo”, lo que me invita a pensar que en la cadena natural soy el siguiente.
C. Quizás porque acontecimientos cotidianos te invitan a pensar en la muerte: Somos el único animal puede pensar en ello.
Últimamente, lo relaciono con mi condición de ateo y de la actitud de los cristianos.
Como ateo debería pensar que los únicos que sufren son los que se quedan y no debería tener miedo a la muerte. Pero tengo miedo al cambio.
Por otra parte, pienso que si fuera creyente tampoco debería tener miedo porque me espera la vida eterna, en algunas creencias hasta con valquirias incluidas. Pero compruebo como las personas creyentes, muy creyentes, también tienen miedo a la muerte aunque sean conscientes de que ya acabó su labor en este mundo y los que se quedan sentirán la pérdida pero no tanto como si fuera la de un hijo y percibirán esa muerte como algo natural que encajarán del mismo modo.
Es decir, que no sé si seguir siendo ateo o abrazar la fé de la religión en la que por tradición me inscribieron.
Dos hechos me invitan a profundizar en la reflexión:
- La pérdida de un hijo como algo antinatural
- La pérdida de la condición de hijo o hija.
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