Pues bien, hace un lustro, me pareció conveniente hacer referencia a un pasaje de esta novela para ilustrar el concepto de "aprendizaje significativo" y cómo los docentes deben adecuar los ejemplos a los intereses de los destinatarios.
El texto era el siguiente:
"Tanto me habían hablado de la maldad de los chicos, que fui a la escuela como un borrego que llevan al matadero.
Yo estaba dispuesto a luchar como Martín Pérez de Irizar contra cualquier Juan Florín que me atacase, aunque mis fuerzas no eran muchas.
Al principio me puso el maestro entre los últimos, lo que me avergonzó bastante; pero pasé pronto al grupo de los de mi edad.
El maestro, don Hilario, era un castellano viejo que se había empeñado en enseñarnos a hablar y a pronunciar bien. Odiaba el vascuence como a un enemigo personal, y creía que hablar como en Burgos o como en Miranda de Ebro constituía tal superioridad, que toda persona de buen sentido, antes de aprender a ganar o a vivir, debía aprender a pronunciar correctamente.
A los chicos nos parecía una pretensión ridícula el que don Hilario quisiera dar importancia a las cosas de tierra adentro. En vez de hablarnos del cabo de Buena Esperanza o del banco de Terranova, nos hablaba de las viñas de Haro, de los trigos de Medina del Campo. Nosotros le temíamos y le despreciábamos al mismo tiempo."
Yo recordaba el pasaje pero no disponía del libro o no era capaz de encontrar el párrafo exacto. En cualquier caso, me aventuré a hacer referencia a esta escena didáctica en una clase del desaparecido, y añorado por los estudiantes, CAP.
Como esto va de novelas, la continuación de esta historia podréis leerla el próximo lunes.
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