El domingo pasado estuve en Madrid, sol otoñal, visita a la exposición de Renoir, gente por todos los lados para visitar museos de pintura, jardines botánicos o entablar la relación entre pueblo y cultura. De repente pensé cuanta oferta de cultura en tan poco espacio.
Hace quince días estuve en Milano y junto al Duomo encontré tiendas elegantes que ocupaban un elegante galería o una calle diseñada al efecto, es decir, tener muchas tiendas que permitan el intercambio de mercancías por el dinero ganado con esfuerzo. La Galleria o el Corso Vittorio Emanuele II no necesitan de la Rinaceste (El Corte Ingles italiano) para ser una zona comercial.
Cuando paseo por Zaragoza, me doy cuenta de su pasado(?) como ciudad de servicio a los agricultores y ganaderos: las tiendas que rodeaban el Mercado Central, el Casino con las entidades bancarias a su alrededor, las grandes casas o palacios de los señores de Aragón (recuperadas como espacios de exposiciones en la democracia) o El café cantante El Plata
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