Personalmente, procuro no estar en ningún grupo aunque no puedo evitar los de la familia y aquellos que llevan mi nombre.
No sólo son mis malas experiencias sino también mis escasos conocimientos sobre comunicación los que me invitan a no participar en los grupos.
En una comunicación hay un emisor y un receptor o receptores que en un segundo momento cambian los papeles: el receptor se convierte en emisor y el emisor en receptor. En cada “viaje” el emisor tiene una intención que el receptor “interpreta”, además del ruido existente (incluso en forma de emoticón).
Por eso, es habitual que el receptor interprete erróneamente la intención del emisor. Si son varios los receptores-interpretadores, la confusión y los malentendidos están servidos.
Si yo mando un mensaje al grupo “mi familia”: mi abuela lo interpreta de una manera, mi mujer de otra, mi hija de otra, mi cuñado de otra y así hasta media docena de receptores que se convertirán en emisores respondiendo a mi mensaje. Todavía me parecen pocas las disputas familiares que se producen.
Me voy a escribir un whatsapp al grupo que tengo ganas de “marcha”.
2 comentarios:
Todo lo que el artículo dice es cierto.Pero,cuanto y que bien han Compañdo los grupos de whatsap en esta triste temporada de confinamiento!!!Para muchas personas ha sido una válvula para sentirse acompañadas , para huir de la soledad,e incluso para mitigar tensiones y tristezas.Así que pese a los,inconvenientes que conlleva,pienso que es un buen medio de comunicación y distensión.
Bueno. Yo, el intelectual de la foto en este blog, quiero decir que yo amo a WhatsApp casi tanto como a mis abuelos. Aunque vivo muy lejos de mis abuelos, cada día desayunamos juntos. Ellos me enseñan a tocar palmitas, y me cantan “Toca manitas que viene mamá.” También me enseñan a hacer sonidos y ruidos, y hasta decir AJO. Doy las gracias a WhatsApp porque así yo puedo conocer bien a mi yaya y mi yayo.
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