Fue mi tercer Tour de Francia en el que seguí la carrera, el primero después de la pandemia. Esta vez escribo de forma diferida a partir de las notas que tomé. En las dos anteriores ocasiones, casi lo iba escribiendo y publicando día a día.
La singularidad de esta edición frente a las dos anteriores consistía en:
- Solo estuvimos cinco días y solo en los Pirineos; anteriormente fueron diez o doce días y estuvimos en los Alpes y los Pirineos.
- Salimos desde España y en 2018 y 2019 el punto de partida fue desde Italia.
- Este año llevábamos una simple furgoneta y con anterioridad una autocaravana de 7 metros. Por tanto, nos alojaríamos en hotel o B&B.
El periplo comenzó en Andorra y llegamos dos días antes de la etapa pero eso nos permitía conocer cómo se vive en verano una localidad turística invernal como Pas della Casa. Los autobuses cargados de franceses llegan para comprar en los supermercados donde los productos básicos son más baratos. Al mediodía cuando regresan a Francia, la localidad bulliciosa se convierte en un silencioso pueblo.
La primera etapa que vemos es la de Andorra, estamos junto al puerto de Envalira, de primera categoría. Consigo subir con esfuerzo dos kilómetros de los cuatro últimos del puerto. Este año estoy más preparado pero sigue siendo muy duro para un ciclista ocasional como yo. En cambio, Alessandro con la bici alquilada no tiene mayor problema en subir y bajar. El día anterior, jornada de descanso, estuvo entrenando. Los aficionados suben en bicicleta o andando buscando un buen lugar desde donde ver el mayor tiempo y más cerca a los ciclistas.
El Tour sigue igual que antes del Covid: dos horas antes de los ciclistas, pasa la caravana publicitaria repartiendo gadgets, las clásicas camisetas y agua así como algunas novedades. Los seguidores se vuelven, nos volvemos locos por recoger el mayor número de gadgets. Aunque, aquí, en Andorra no sucede como en Francia.
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