Viajo a Italia por motivos que quienes me conocen, saben sobradamente. La experiencia de 12 horas de situación “el coronavirus está aquí” creo que merece la pena dejarla escrita para si puede servir de algo.
1) Entro a comprar al Martín Martín de Gran Vía que ha señalado minuciosamente por donde entrar y por donde salir. Yo decido hacerlo bien y cuando intento pedir antes de un mozalbete que estaba en la fila de la salida, es él quién me recrima de porque no pongo detrás de él.
2) Estación Delicias de tren bastante bien organizada y ciudadanía respetuosa con las reglas. Incluso se nos ofrece dos toallitas con gel hidroalcohólico a cada pasajero.
3) En Barcelona, el cercanías y el metro parece fantasmal. Han cerrado toda la Terminal 2, la antigua terminal. En la Terminal 1, el paisaje fue calificado por una compañera como de “walking Dead”: espacios casi desérticos, carritos acumulados como en una película de ciencia ficción, la pantalla con los vuelos que operaban parecía la del aeropuerto de Zaragoza.
4) Paso el control de seguridad, donde un ciudadano con mucha prisa no sabe ni medir un metro y en la zona de espera, me encuentro a un enfermo del teléfono móvil que recorre en línea recta 20 metros, adelante y atrás, hablando por teléfono y con la mascarilla protegiéndole la garganta. Espero que no fuera positivo porque debió repartir “bichos” para todo el que fuera sin mascarilla.
5) Lo de la fila de acceso y el avión de Ryanair está contraindicado para paranoicos e hipocondríacos. Había cogido el asiento B, el del en medio, pensando que nos repartirían espaciados. ¡Pues, nada! Olery vendió los 186 asientos.
6) En el aeropuerto de Bergamo nos pusieron en fila y nos tomaron la temperatura uno a uno. Pero no nos recogieron una auto-declaración que la página web de la compañía indicaba como necesaria.
7) Hoy, en el supermercado, me han vuelto a tomar la temperatura para poder entrar y facilitan guantes manopla que son más cómodos de colocar. Pero están las y los “caga prisas” de turno que no guardan distancias y te van corriendo. Por las calles, los adolescentes y los jóvenes lucen las mascarillas como si fuera el brazalete de su equipo de fútbol.
Tengo la sensación de que no ha habido dramas en cada familia o que un grado de inconsciencia tal que lleva a escribir: “Prefiero morir del virus que morir de aburrimiento”.
A esta generación que se le ha facilitado todo, le toca ser generosa de pensar en las personas mayores.
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