El vuelo low cost sale muy temprano para aprovechar un precio ajustado y porque nos permite disfrutar un día más en nuestro destino. Pero vivimos en una provincia española y no en la metrópoli barcelonesa. Esto nos obliga a conducir tres horas porque no hay servicio público que alcance el aeropuerto de Barcelona a esas horas tan tempranas.
El vuelo como siempre está muy lleno pero el cansancio triunfa y sólo nos despertamos cuando se oye por el altavoz que vamos a comenzar el descenso al aeropuerto de Dublin.
Desde el aeropuerto de Dublin nos desplazamos en taxi hasta nuestro alojamiento. Hemos elegido el Trinity College que está situado en el centro de la ciudad, su precio es muy razonable y nos permite disfrutar de uno de los lugares que se indica como “cosas a ver” en Dublín.
El tráfico en Dublín es intenso, lleno de atascos, con autobuses de dos pisos amenazantes pero el ambiente rezuma de flema y amabilidad irlandesa. No se oyen bocinazos a pesar de que los automóviles intentan ocupar su espacio.
Realizamos el check in, aunque no podremos entrar en nuestras habitaciones hasta las tres de la tarde. Por eso, dejamos nuestras maletas y comenzamos a aprovechar el tiempo.
Nos acercamos en primer lugar a la Catedral de la Santísima Trinidad, sede del arzobispado de confesión anglicana. Es un edificio imponente como casi todas las catedrales de Irlanda.
Muy próximo se encuentra la Catedral de San Patricio. Llena de placas de reconocimiento de los caballeros que costearon parte de la Iglesia. Encuentro varias curiosidades como el recordatoria a Jonathan Swift, el de los viajes de Gulliver, o la puerta con un agujero que sirvió para arreglar el conflicto entre familias.
De vuelta no olviden visitar el Castillo de Dublin. Construido a principios del siglo XIII en el lugar donde había un asentamiento vikingo, sirvió durante siglos como sede de la administración inglesa y, más tarde, británica en Irlanda. En 1922, tras la independencia de Irlanda, pasó a manos del nuevo gobierno irlandés.Aunque resulta polémico el monumento a la vendedora de pescado de día y prostituta de noche: Molly Mallon. Me gusta porque las esculturas a pie de la ciudadanía me resulta agradable, quizás porque son escasas en Zaragoza.
Por la tarde, conseguimos un billete para la experiencia Guiness. Yo la había realizado hace siete años pero entonces no estaba tan masificado. El Museo Guiness tiene un bar en una terraza acristalada con una maravillosa panorámica de los alrededores de Dublin.
Compramos algunas cosas para cenar porque el apartamento del College dispone de una amplia cocina y una sala de estar compartidas.
En resumen, no recomiendo la visita al museo Guiness pero si el alojamiento en el College, aunque no hemos podido disfrutar de la Biblioteca porque está en renovación.
No hay comentarios:
Publicar un comentario