Zaragoza no es una gran ciudad si la comparamos con las grandes áreas metropolitanas de España: Madrid, Barcelona, Valencia, Bilbao, Sevilla; pero somos una gran ciudad en el desierto aragonés. Por eso, cumplimos el tópico de que en el mes de agosto la ciudad se queda desierta y mucho más en el puente del 15 de junio o en los fines de semana.
Las mañanas de los días laborales son silenciosas, sin ajetreos. Casi nadie va con prisa porque no hay colegios y la actividad comercial está bajo mínimos. En algunas partes de la ciudad, hasta se puede escuchar el silencio.
Al mediodía, a partir de las 13:30, y hasta bien pasada la sobremesa y la siesta, digamos las 18:30, la ciudad parece desértica, casi abandonada. Son pocas las personas que se atreven a estar en la calle y si lo hacen es por necesidad perentoria. El sol no es de justicia, sino de injusticia. Decía la canción de Labordeta: “polvo, viento, niebla y sol” para describir este clima llamado “continental” en los libros de texto.
En el ocaso, se solía salir a pasear, aunque últimamente los mas de 30 grados Celsius a las 9:00 p.m., aconsejen seguir bajo el amparo de un sistema de refrigeración.
Por la noche, la temperatura no refresca, 23,24 y 25 grados, es insuficiente para poder dormir.
Pero, a pesar de estas dificultades, me gusta la ciudad en Agosto. Me gusta la soledad de las calles, la posibilidad de aparcar con facilidad, en convertirte en singular, en un guardián de la ciudad que dejará su trabajo cuando todos vuelvan para disfrutar de su condición de pensionista y viajar cómodamente en temporada baja.
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