Joaquín Berges en su "Vive como puedas" pp. 267-268:
- ¿Seguro que quieres hacerlo?
Dumbo y Luis se están disfrazando respectivamente de Melchor y Gaspar, sentados en un banco público.
- Sí.
- Después de lo ocurrido no tienes que considerarlo una obligación -insiste el payaso -. No hay ningún compromiso. Puedes dejarlo, si quieres.
- Prefiero continuar.
- En este caso - añade con su dedo índice extendido -, es esencial que sepas unas cuantas cosas.
- Tú dirás.
Dumbo mira hacia un lado y otro, como quien necesita un grado supremo de intimidad para seguir hablando. Da la impresión de que va a revelarle el lugar exacto donde se encuentra el santo grial.
- Las calles estarán abarrotadas de gente en ambas aceras - explica muy serio -. La cabalgata circurlará por el medio de la calzada, así que es fundamental que mires y saludes a ambos lados, ¿comprendes?
Luis apoyo la cabeza en su mano izquierda, lo que provoca que se le caiga la corona al suelo.
- Oye - protesta- estoy destrozado anímicamente pero no soy idiota.
- NO - dice Dumbo mientras le ayuda a recolocarse la corona -, insisto, Luis. Debo hacerlo. Un fallo podría ser fatal. Si un solo niño se queda sin tu saludo habremos fracasado por completo.
Luis arruga el entrecejo.
- No exageres - dice-. Desde donde los niños miran apenas se nos verá.
- Te equivocas - Dumbo es tajante-, se ve perfectamente. Los niños se fijan en todos tus gestos. La cabalgata avanza despacio y eso facilita la observación. Es primordial que dividas la calle en pequeños tramos y vayas girándote a derecha e izquierda continuamente, barriendo las aceras con tu mirada, sin dejarte un centímetro. ¿Está claro?
Gaspar se pone en pie y abre los brazos.
- Esta clarísimo - dice -, pero no comprendo por qué te preocupas tanto.
- Luis -replica Melchor-, ¿tú ibas a la cabalgata cuando eras pequeño?
- Yo vivía en un pueblo y allí no había cabalgatas.
Melchor asiente con la cabeza, como quien encaja la última pieza de un puzle.
- Yo iba siempre - confiesa -, hasta que un año ninguno de los tres Reyes Magos me devolvió el saludo. Grite y agité mis brazos como un loco tratando de llamar su atención, pero ninguno me miró. Nunca más volví.
Gaspar se levanta y posa su mano derecha en el hombro izquierdo de su amigo.
- Entonces mi primera mirada será para tí.
De lo que infiero que un profesor debe mirar a todos sus alumnos en clase, tenga 20 o 100, si quieres que vuelvan al día siguiente.
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