17 DE JULIO
La jornada se puede categorizar como preparativa para
nuestra primera etapa de la presente edición del Tour. Nos despertamos temprano, muy temprano,
incluso antes de que lo hagan los lugareños. Nos ponemos en marcha hacia la
montaña sin desayunar. El copiloto está dormido. Ascendemos por la carretera
que los ciclistas bajarán mañana. Le Mounaques de Campan colgadas de los
balcones o a pie de las casas de piedra nos reciben. Llegamos al pie del Horquette,
donde dice que la circulación está prohibida para autobuses de más de 10
pasajeros. Así, que con mi pericia (JA!) de conductor de un 7 de longitud, 2,30 de
anchura y 3,10 de altura trato de aparcarlo en un lugar estratégico. El
problema no son las medidas sino una zanja que han hecho para que los campistas
no invadamos los pastos de las vacas. Con la inconsciencia del copiloto
que dice: “tira, tira”, a pesar de que la trasera del vehículo está comiendo
hierba, consigo situarlo como si fuera un experimentado campista.
La dificultad del acceso se confirma cuando otro camping car
más pequeño llega, pregunta como he pasado y tras unos intentos, desiste.
Ales se va con su nueva bicicleta a subir el puerto de
montaña mientras yo me voy a dar una vuelta por el lago de Payolle. Es muy
temprano y todavía duermen los numerosos campistas que hay a nuestro alrededor.
Es una zona muy abierta, rodeada de árboles centenarios. Me acerco al bar del
camping civilizado donde tomo un café mientras leo y contemplo un paisaje
rural.
De vuelta a mi camper, comienzo a ver las primeras
discusiones por encontrar un sitio en un punto estratégico.
Encuentro una pintada en la carretera con el segundo
apellido de mi padre: Guijarro. El Tour siempre trae recuerdos ancestrales.
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