El Tour es lo más parecido a una romería. Si coincide que es domingo y que es una de las pocas veces que pasa por Suiza, el parecido comienza a convertirse en una identidad. No sólo suben los aficionados al ciclismo, sino que sube toda la familia. Los vecinos se encuentran y departen conversación acerca no sólo de la carrera sino de todo lo cotidiano. Los jóvenes locales aprovechan para poner un chiringuito ofreciendo bebidas y salchichas o lomo de cerdo a la plancha y, así, sacar un dinerillo para las fiestas.
La espera al sol no se hace muy larga porque a mil metros sobre el nivel del mar corre una ligera brisa y el verde de alrededor refresca la sensación de calor veraniego. Además continuan a pasar coches autorizados y ciclistas aficionados. Solo falta una hora para que llegue la caravana publicitaria. La gendarmería obliga a los ciclistas que quieren emular a los profesionales, a que desmoten de sus cabalgaduras (bicis). Deben caminar con la bicicleta en mano.
Luego llega la caravana publicitaria, repartiendo gadgets (llaveros, gorras, sobres de lavado). Este año echamos en falta al patrocinador “Cochonou” que lanzaba bolsitas con unos trocitos de salchichón.
A las dos horas aparecen los ciclistas. No nos hacen esperar mucho: una veintena de corredores marcha por delante del pelotón con el líder a tres minutos. Pasa el pelotón, los coches de los directores y por aquí la fiesta ya se acabó.
Los romeros, perdón los aficionados y espectadores, vuelven a la localidad de Chateau d'Oex.
Dos novedades de esta jornada:
- Por primera vez, veo que los motoristas de la policía van por parejas, uno va de “paquete” con una mochila.
- Se produce un incidente con un vehículo oficial que invade el campo donde antes se encontraban los aficionados. No hay daños que lamentar, pero un espectador afectado exige la presencia de la gendarmería que llega rápidamente para ver que ha sucedido y regular la velocidad de los vehículos que, con la carretera cerrada, abusan de la velocidad.
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