Nuestro último día en Tokio, en Japón. Vamos a aprovechar hasta el último minuto hasta las 18 horas en que subiremos al autobús para ir al aeropuerto. Nos levantamos a la hora habitual, desayunamos, cerramos nuestras maletas y a visitar la ciudad solos. Es distinto a ir en grupo porque nos movemos con mayor agilidad. Ya sabemos cómo funcionan los transportes públicos y nuestra velocidad se aproxima a la que tienen los ciudadanos de Tokio.
Comenzamos por el norte de Tokio para ir descendiendo hacia nuestro hotel que se encuentra al sur de la ciudad. El tren o linea circular del metro va a gran velocidad cuando entra en las estaciones parece que no va a parar, llegamos a la zona de Akihabara, es el barrio tecnológico, donde se encuentra edificios dedicados a videojuegos de los que ignoramos sus personajes. El número de máquinas parece exagerado a esta hora de la mañana pero sabemos que a la tarde no será fácil encontrar un hueco. Probamos suerte con una de esas maquinitas que cogen un muñeco con una grúa como las que hemos visto en las ferias. Era nuestra última moneda de 100 yenes. Y no tenemos tiempo.
Hoy hace una temperatura muy agradable e invita al paseo por la superficie. Nos dirigimos hacia la Estación de Tokio para admirar su fachada antigua que no vimos el día anterior. Pasamos por calles de una ciudad sin el agobio de las masas de turistas, no tienen mucho encanto pero permiten ver un Tokio más real: el de la anciana que cruza lentamente la calle con sus muletas, el respeto a los semáforos aunque no vengan ningún vehículo, los comerciantes que abren los negocios, el verdulero que sirve o pone bien su mercancía, el cartero que lleva sus cartas y paquetes, etc.
La explanada ante la estación de Tokio es tan espectacular como su fachada de ladrillo. Está dispuesta de tal modo que es como un ágora por su amplitud y porque está rodeada de altísimos edificios, y porque combina el cemento y el verde los árboles de forma armoniosa.
Vemos cerca, mejor dicho vemos en el lado oeste un parque que según el mapa son los Jardines del Este del Palacio Imperial. Aunque se ven autobuses de turistas, el jardín también refleja la normalidad de la ciudad: se uni¡Vita al relax no se admiten bicis, ni skates, madre con niño en el césped, señor trajeado comiendo un sandwich, dos jóvenes charlando, otro señor que lee un libro; como en un parque europeo.
Desde allí, siempre caminando, nos dirigimos hasta Ginza para contemplar otra y por última vez sus tiendas y sus originales edificios.
Como vamos cansados, cogemos el metro para llegar a la Torre de Tokio, otra de las torres desde donde ver la ciudad desde lo alto. Esta torre imita la Tour Eiffel parisina.
Ya sólo nos queda tiempo para comer en Shimbashi y hacer algunas compras de última hora.
A propósito de compras, próximamente dedicaré una entrada en este blog al Tax Free.
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