DIA 25
El amanecer no es tan idílico como el de ayer. Los coches y
las caravanas han invadido los dos lados de la carretera y la actividad es como
en un día de feria, aunque el ganado ha huido ante la llegada de la marabunta
turística.
Así que desayuno rápido, a preparar la mochila con agua,
bocadillo, paraguas del Tour y la silla plegable de Decathlon para poder
soportar las esperas de las diferentes caravanas: la de los aficionados, la de
los autobuses de los equipos, la publicitaria, la de los jóvenes corredores, la
de ventas, y finalmente los corredores.
¡Ale, ale! A subir la montaña para encontrar un punto de
visión panorámico. Lo encuentro y planto mi silla y comienzo a hacer fotos. He
elegido bien porque en el cuadro va a entrar el glaciar. Y no hay niños
alrededor lo que me permitirá el no tener que pelear por los gadget de publicidad.
Los turistas suben carretera arriba sin detenerse en mi
sitio. Pero al final, una familia belga amablemente (“hay que pagar por el
sitio”) dice que se va a poner allí. Simultáneamente, una familia suiza de
padre, madre, hijo, hija y novio invaden
mi territorio. Van pertrechados de bandera sobre mástil que ondean al paso de
cada ciclista y vehículo. Hablan una lengua completamente desconocidas, quizás
alemán pero muy dialectal.
Luego el ritual habitual: caravana publicitaria con sus
cantinelas y comienza la espera de los ciclistas. La visión de los helicópteros
de enlace en la lejanía, - esta vez voy
con mis prismáticos – anuncia que los corredores están cerca. Desde lo alto, se
puede ver que primero vienen un pequeño grupo de siete corredores. Hay un
Movistar, el equipo español, entre ellos.
Un espectador con conexión a Internet dice que es Quintana que se destaca en
las primeras rampas del Galibier. Cuando
pasan a mi altura, cada uno va como puede. Son muchos los corredores que pasan
en solitario y el grupo está dividido en tantos subgrupos que no se entiende
cuál es el pelotón.
Ganó el colombiano Quintana y todos sus conacionales, que son muchos los que le acompañan, lo celebraron.
Ganó el colombiano Quintana y todos sus conacionales, que son muchos los que le acompañan, lo celebraron.
Cuando pasa el “coche escoba” y la gendarmería anuncia el
final de carrera todos comenzamos a bajar para acudir a la siguiente etapa. Pero el final del día no ha llegado y nos esperan algunas sorpresas.
Primera sorpresa: me sorprende la lluvia.
Hay un considerable atasco por lo que decidimos cenar antes de poner en marcha.
Abren el Galibier y, sin pensarlo una vez, me lanzo a
conducir de noche lo que había evitado hacerlo por el día: subir a un puerto
que en ocho kilómetros sube de 2000 metros a 2600 metros. La mayor parte hay
que subir en segunda marcha porque el desnivel y las curvas no permiten otra
velocidad. Cuando pongo la tercera marcha, parece que el camper va a morir.
La tensión cae sobre mi cuello. Ales que ha hecho el
recorrido dos veces en bicicleta, me va cantando las curvas como si de un rallye se tratase. Aunque parezca extraño, ha sido una gran ayuda.
La bajada la hago lentamente en segunda marcha como mandan
los cánones de la conducción. Tornantes, pendientes, etc. Etc.
Al finalizar el puerto, es ya media noche y mando a todos a
dormir. Yo necesito relajarme y, aunque estamos aparcados al lado de una carretera, el sueño resulta reparador.
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