Segundo día de visita en Kioto. Hoy amanece lloviendo pero nada se antepone a los intrépidos viajeros. En el hall del hotel, Kazumi, la guía, me ofrece un paraguas que yo rechazo porque pienso que mi chubasquero de Decathlon será suficiente. Desconocía cómo caía el agua en Japón.
Al subir al autobús, la guía nos da "los buenos días" y nos recuerda que debemos llevar puesto el cinturón, hoy ya conocemos asociar su pronunciación a nuestro significado. Supongo que lo mismo nos ocurre a nosotros cuando tratamos de pronunciar cualquier palabra japonesa. Aunque el japonés sólo tiene cinco sonidos vocálicos como en el español, personalmente siempre altero el orden de las sílabas como si fuera disléxico japonés.
9:30 Templo budista de Kinkaku-ji que posee un precioso templo dorado que vemos pero no contemplo porque la lluvia es fuerte e incesante, además, a primera hora son varios los grupos escolares que en el inicio de curso lo visitan. Los visitantes se paran para hacer las fotos que están llenas de paraguas.
11:30 Templo zen de Ryoanji cuya característica principal son los jardines y un lago con nenúfares que están un poco deslucidos con la lluvia. Yo sigo mojándome.
Los jardines japoneses son famosos por combinar las plantas con el resto de elementos de la naturaleza: las piedras y el agua. Todo en una combinación ordenada. Cada cosa en su sitio en perfecta armonía.
12:00 Visita a pasear por el bosque de bambú de Arashiyama . Por los caminos asfaltados que tienen alguna pendiente, corre el agua como riachuelo. La lluvia es de tal intensidad que yo vuelvo calado al autobús porque no llevo paraguas pero las personas que lo llevan también están muy mojadas.
En el programa estaba prevista la visita al Mercado Nishiki, pero como está al lado de nuestro hotel; se propone que cada cual lo visite cuando considere.
Regresamos a nuestro hotel a secarnos porque llevo hasta los calzoncillos mojados, además vamos a acudir a un espectáculo excepcional como es el baile de otoño de las Geikos, ( En Kioto, se denomina así a las Geishas) que hemos tenido la suerte de que coincida con nuestra estancia y de conseguir entradas con un solo dos días de anticipación.
Desde el hotel nos desplazamos en un taxi concertado al que no tenemos que indicarle la dirección. ¡Menos mal!
Llegamos al Gion Kobu veinte minutos antes de que comience el espectáculo a las 16:00. Aunque nos hemos ataviado con nuestras mejores ropas, se nos distingue no sólo por nuestra cara occidental sino también porque no vamos, al menos, con un traje oscuro. Algunas de las asistentes, especialmente los que se dirigen al patio de butacas - nosotros vamos al primer piso - van ataviadas con kimonos, también hay algunos varones. Unas pocas Geikos llevan el paraguas acompañando a señores de edad. También llama mi atención, que hay palcos laterales en el patio de butacas y en el primer piso. Quienes los ocupan, se descalzan antes de entrar (hay un calzador en el exterior) y se sientan sobre sus piernas al modo japonés.
El espectáculo es de música y danza en el que se narran historias de relaciones entre geikos y maikos, entre marido y mujer. A pesar del bello lenguaje corporal, no llegamos a entender totalmente las historias que narran porque la cultura no sólo es una cuestión de idioma sino también de referentes de la historia, la tradición y el contexto.
Nos han dado el libreto del espectáculo, pero está exclusivamente en japonés, lo que nos hace sentir que era espectáculo auténtico no para turistas.
Cuando salimos callejeamos por el barrio de Gion, el barrio de Goikos y Maikos, iluminado tenuemente por las farolas de cada una de las casas.
Todavía tenemos fuerzas para visitar el santuario de Yasaka que aunque está oscuro porque la iluminación es poco invasiva pero está muy concurrido de personas por turismo pero también por devoción.
Siguiente parada: una tienda de cosméticos ya que son famosos por su eficacia. Solo se necesita mirar a las mujeres japonesas cuyo rostro refleja una edad entre 15 y 65 años.
Volvemos al hotel porque ya sabemos que estamos en zona turística y las limitaciones horarias de los restaurantes permiten acercarse en torno a las nueve de la noche.
Esta noche queremos probar la carne, ¿Kobe o Wagyu? La publicidad de un local, el Yakini Kudourawo nos invita a entrar. Nos sitúan en una mesa con un fuego en medio y una pantalla para que elijamos nuestro menú. Todavía nos cuesta esta relación impersonal al que no podemos decir: ¿Vd. que nos recomienda? Tampoco nos preguntan cómo queremos cocinada la carne ¿well done?, porque la traen cruda y te la cocinas a tu gusto en tu parrilla.
Me siento incapaz de describir los sabores que sentí aunque al día siguiente todavía los recordaba. La Kobe está más buena, es más cara; pero la Wagyu no lo desmerece. Su corte de tamaño adecuado, la experiencia de cocinarlo tú, merece la pena el precio. Mañana, cenaremos udon.
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