De Fernando Yarza, flamante IX Premio Facultad de Educación.
Buenos días,
Os confieso que cuando me comunicó el decano de la Facultad de
Educación que me habían concedido este premio, mi primera sensación fue de incredulidad; de ahí pasé a la alegría desbordante y, finalmente – y
eso es lo que siento ahora mismo- de orgullo.
Orgullo de recibir el premio de
la Facultad de Educación en nombre de
todos los maestros, profesores de primaria, y profesores de secundaria de los centros
docentes de Aragón que han dedicado, dedican, o van a dedicar su vida a esta
profesión tan exigente y comprometida con
nuestra sociedad, con nuestro mundo. Algunos de ellos me acompañan hoy (gracias!) y sé que a muchos les hubiera
gustado asistir para celebrar conmigo, pero su lógica dedicación al aula se lo
ha impedido. ¡Este premio es de todos
vosotros!
Siempre he soñado con
una escuela pública de la que todos pudiésemos sentirnos orgullosos: cuidada, de prestigio, comprometida,
solidaria, con las mejores instalaciones, con los mejores proyectos educativos; una escuela en la
que hubiese espacios y tiempos para
poder desarrollar proyectos colaborativos con los alumnos, las familias y la
comunidad.
Siempre he sido
consciente de que la tarea que se nos encomienda es muy exigente // y que necesitamos
del apoyo de todos. La responsabilidad
de educar ES TAREA DE TODA LA SOCIEDAD. Cada oportunidad que perdemos de
formarnos, de organizarnos, tal vez no la volvamos a tener… O habrá que hacer
un esfuerzo mucho mayor para dar con ella de nuevo.
Siempre he creído que
el maestro tiene que ser inconformista, rebelde,
luchador, inquieto, curioso, honesto, generoso, comprensivo, pasional, riguroso
con su profesión y flexible en el día a día.
Nada de esto se ha diluido con el paso de los años: ni los sueños, ni la consciencia de la complejidad de la tarea,
ni mi idea del docente que me gustaría
ser… si acaso se ha acrecentado.
Quizá por eso, hace ya unos cuantos años (tengo muy nítido el
punto de partida, en aquella reunión como director del CPR de La Almunia que
tuve con José María Pemán, profesor, entonces, del IES Cabañas de La Almunia y
presidente de la Asociación Florián Rey, en septiembre de 2003) fui consciente que el cine en el aula y
hecho desde el aula podía ser una herramienta poderosa.
Una herramienta poderosa
para implicar a la comunidad educativa en un proyecto común: padres,
profesores, alumnos, personal no docente, instituciones. Una forma inmejorable de
reflexionar sobre temas de interés y que precisan de nuestra atención. Una opción
óptima de visibilizar nuestros centros,
de dejar las paredes de la escuela y salir y compartir con centros y alumnos de
nuestro país y de otras partes del mundo. Porque del cine surgen proyectos motivadores para la escuela, que permiten
inmortalizar trabajos que formarán parte
de la historia de nuestros centros.
Como decía Antonio
Banderas el pasado año en San Sebastián, yo también creo que “el cine tiene un alma propia, rebelde,
vivible, que reclama su propia autonomía. Un alma que no pertenece a nadie y
puede ser usada por todos aquellos que simplemente tengan algo que decir”.
Espero que después de treinta y siete años de docencia, los últimos dieciséis conectados intensamente
al cine escolar, mi trabajo haya
sido útil a alguien.
Útil, quizás, a algún
joven que en algún lugar decidió correr tras un sueño.
Útil a alguien a quien le
arranqué una sonrisa.
Útil a quien mirando la
pantalla creyó, con razón, compartir un
sentimiento conmigo.
Gracias por concederme este
premio;
gracias por reconocer la labor
del docente;
gracias por acompañarme (en
presencia o en sentimiento) hoy.
Y gracias a todos los
que de una u otra forma me habéis acompañado en toda mi carrera. Os aseguro que
nada hubiera sido igual sin vosotros.
¡GRACIAS!
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