Pido disculpas por no saber a quién pertenece este texto, sólo sé que me interesó y lo guarde en las notas de mi ordenador hasta hoy, que me pareció interesante el ponerlo a disposición. El título y la imagen que le acompañan es de mi autoría.
“Si hacemos un análisis de las tendencias metodologías en el aula, es inevitable reconocer que están a menudo condicionadas más por el influjo de modas pasajeras, auspiciadas a veces por empresas ajenas a este oficio que por el sentido común y una ponderada evaluación.
Si los docentes nos dejamos arrastrar por ellas, sin una reflexión previa, es previsible que su aplicación en el aula deje mucho que desear. Ninguna herramienta es buena en sí misma, depende del contexto en el que se aplica: grupo, tiempos, espacios, ritmos, diferencias de aprendizaje, medios, objetivos, contenidos... Evaluar esas herramientas es una forma inteligente de mejorar nuestra enseñanza. Evaluarlas no solo después de ser aplicadas, sino también durante el proceso de trabajo, a través de la observación directa, a modo de cuaderno de campo.
Imparto clases a alumnas y alumnos que requieren de mí una constante evaluación. Lo que un día funciona con un grupo, no funciona mañana, y sí con otro grupo, o no con todos los alumnos. Regular, adaptar, afinar, modificar, modular... sobre todo escuchar, es un reto diario. Moverse al son de modas metodológicas es tan inútil como enrocarse en el inmovilismo, creyendo que son los alumnos quienes deben adaptarse a nuestro mapa del mundo. Reconozcamos con humildad que este oficio nuestro requiere de una mente abierta, un corazón grande y una voluntad resiliente. Nunca nos bañamos en el mismo río”.
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